miércoles, 25 de abril de 2018

EL CÓNDOR Y LA PASTORCITA

Leyenda del Ecuador
Todas las mañanas la veía pasar al frente de su rebaño de ovejas. Bella como una delicada flor, su sonrisa lo conquistó.
Elegantemente vestido, negro el traje y negro el poncho, blanca la bufanda, medio colorado el sombrero y de cuero pelado el zamarro que cubría las piernas. Así se asomó el desconocido, hombre grande y silencioso, al filo de la acequia.
La pastorcita, que estaba preocupada esa mañana pensando en cómo iba a hacer para cruzar la acequia con el rebaño, se alivió cuando él propuso ayudarle.
Poniendo un pie a cada orilla, el hombre de negro pasó una a una las llamas, y lo mismo hizo con el perro, compañero inseparable de la pastora; por último, tomó en brazos a la joven.
Entonces, de pronto, sacudió su poncho que repentinamente se transformó en dos enormes alas. Y para sorpresa de la muchacha, no la depositó en la orilla contraria junto a las ovejas sino que la llevó por los cielos. Se elevó cada vez más alto, cruzando las nubes y remontando los vientos hasta la peña más alta de la cordillera.
El perro, desesperado en loca carrera, fue a avisar a la casa de la pastorcita lo acontecido. Los padres la buscaron sin descanso, hasta que un día lograron verla en un nido en lo alto de la peña.
El cóndor la había hecho su mujer y con celo la custodiaba. Ellos, resignados, la lloraron. Nunca podrían subir hasta allí para rescatarla.

miércoles, 18 de abril de 2018

LA PIEL PINTADA

Cuento de Hadas chino
Autor, Pu Sung- Li (1740)
Vivía en T'ai-yüan un hombre llamado Wang. Cierta mañana paseaba por la calle cuando vio a una mujer que llevaba a cuestas un bulto y parecía tener prisa. Wang apresuró el paso, y al darle alcance vio que era una hermosa muchacha de unos dieciséis años. Muy asombrado, le preguntó a dónde iba tan temprano y sin que nadie la acompañara.
_ Un viajero como usted no puede aliviar mi desdicha -dijo la joven-, ¿por qué se molesta en hacerme preguntas?
_ ¿Cuál es tu desdicha? -dijo Wang-, haré por ti cuanto esté a mi alcance.
_ Mis padres -repuso ella- amaban el dinero y me vendieron como concubina a una familia rica, pero la mujer era muy celosa y me golpeaba e injuriaba día y noche, de modo que he huido.
Wang le preguntó a dónde se dirigía y ella respondió que una fugitiva no tiene morada ni destino.
_ Mi casa no está lejos -dijo él-, ¿aceptarías ser mi huésped?
Ella accedió alegremente y Wang, tomando eÍ bulto, la guió hasta su casa. Al no ver a nadie cuando llegaron, la muchacha preguntó dónde estaba la familia. Wang explicó que el aposento en el cual habían entrado era sólo la biblioteca.
_ ¡Qué sitio tan agradable! -dijo ella- Debo rogarle ya que usted es bondadoso y desea salvar mi vida, que no le diga a nadie que estoy aquí.
Wang prometió guardar el secreto y la muchacha permaneció algunos días en la casa sin que nadie se enterara. Pero Wang terminó por informar a su esposa, la cual, temiendo que la joven perteneciera a alguna familia acomodada, le aconsejó echarla.
Wang se negó rotundamente. Poco tiempo después tropezó en la calle con un sacerdote taoísta que lo miró fijamente y le preguntó con quién se había encontrado.
_ Con nadie _ repuso Wang.
_ ¿Cómo? _ dijo el sacerdote _ Tú estás embrujado, ¿cómo dices que no te has encontrado con nadie? Pero Wang insistió en su respuesta y el sacerdote se fue diciendo:
_ Hay idiotas que no reconocen a la muerte ni cuando la tienen encima.
Esto alarmó a Wang y lo hizo pensar en la muchacha. Pero una joven tan hermosa no podía ser bruja. Al regresar a su casa halló. la puerta de la biblioteca cerrada por dentro. Sintiendo que algo andaba mal, entró escalando la barda para encontrar que también la puerta del salón interior estaba cerrada. Se deslizó con cautela y atisbó por la ventana: un horrible demonio verde, con dientes puntiagudos como una sierra, extendía sobre el lecho una piel humana y la pintaba con un pincel. Luego, tirando éste a un lado, sacudió la piel como si fuese un abrigo y la echó sobre sus hombros; inmediatamente se transformó en la muchacha.
Wang huyó despavorido, el rostro bajo, en busca del sacerdote. Por fin lo halló en el campo y cayó de rodillas ante él implorándole que lo salvara.
_ Tu demonio quiere hallar alguien que lo sustituya _ dijo el sacerdote_ Sin duda está desesperado, no será fácil ahuyentarlo. Además, me resultaría insoportable dañar a un ser viviente.
Entregó a Wang una escobilla como las usadas para matar moscas, indicándole que la colgara de la puerta de su recámara. Ambos se despidieron tras acordar que se verían a la mañana siguiente en el templo de Ch'ing-ti.
Wang volvió a su casa, pero no se atrevió a entrar en la biblioteca. Antes de retirarse a dormir colgó la escobilla a la entrada de su cuarto. Poco después oyó pasos acercarse. No osando moverse, hizo que su esposa se asomara. Ella vio a la muchacha de pie, mirando la escobilla, sin atreverse a traspasar el umbral protegido. Por fin se oyó un chirrido de dientes y la joven se fue. Pero no tardó en regresar lanzando maldiciones y blasfemias.
_ Sacerdote, no me asustas _ exclamó _ ¿crees que voy a soltar lo que ya tengo en mis manos?
Hizo pedazos la escobilla y, abriendo la puerta de un empellón, fue directamente a la cama, rasgó el pecho de Wang y se marchó con el corazón aún palpitante entre las manos.
La esposa empezó a gritar y el sirviente acudió con una luz, pero Wang ya estaba muerto y presentaba un espectáculo lastimoso.
Su mujer, paralizada de miedo, apenas se atrevía a llorar por temor de hacer ruido. Al día siguiente envió al hermano de Wang a notificar al sacerdote.
_ ¿Fue para esto que te tuve compasión, siendo como eres un demonio? -exclamó indignado el taoísta.
Acto seguido fue a la casa de Wang. La muchacha había desaparecido y nadie sabía dónde podía estar, pero el sacerdote miró en torno y dijo:
_ Por suerte no ha ido lejos.
Preguntó quién vivía en las habitaciones del lado sur: el hermano de Wang las ocupaba con su familia. El sacerdote dijo que allí encontrarían a la muchacha. El hermano, muy asustado, repuso que no lo creía posible, y el sacerdote le preguntó si ningún extraño había llegado a su casa. El hermano había estado en el templo de Ch'ing-ti y no podía saber. Fue a preguntar y tras un rato regresó diciendo que una sirvienta anciana había llegado en busca de trabajo y había sido contratada por su esposa.
_ Ella es _ dijo el sacerdote.
El hermano de Wang agregó que la anciana estaba en la casa en esos momentos, y ambos se dirigieron allí. El sacerdote tomó su espada de madera y, plantándose a la mitad del patio, gritó:
_ ¡Demonio malnacido, devuélveme mi escobilla!
Dentro de la casa, la nueva sirvienta se mostraba cada vez más alarmada; corría de un lado a otro y finalmente trató de huir por la puerta, pero el sacerdote la derribó de un golpe. La piel humana se desprendió dejando al descubierto al demonio, que empezó a revolcarse gruñendo como un cerdo. Cuando el sacerdote lo decapitó con la espada, se convirtió en una densa columna de humo ascendente que el sacerdote introdujo en un frasco. Se oyó un ruido de succión y cuando todo el humo entró en el recipiente, el sacerdote lo cerró cuidadosamente y lo guardó en su faltriquera. Alzó la piel, perfecta en cada detalle, incluyendo cejas, ojos, manos y pies; la enrolló como un pergamino y estaba a punto de marcharse con ella cuando la esposa de Wang lo detuvo para suplicarle resucitar a su marido.
El sacerdote se declaró incapaz de hacerlo, pero la mujer se arrojó a sus pies e imploró su ayuda con grandes lamentos. El sacerdote quedó pensativo unos instantes.
_ Mis poderes no son los que tú crees _ dijo al fin _ No puedo resucitar a los muertos. Pero te daré las señas de alguien que sí tiene ese don y que te ayudará si se lo pides como debe ser.
La esposa de Wang preguntó quién era aquel santo y el sacerdote repuso:
_ Hay en el pueblo un loco que pasa el tiempo revolcándose en la inmundicia. Ve, arrodillate ante él y pídele ayuda. Si te ofende, no muestres señales de enojo.
El hermano de Wang conocía al hombre en cuestión; tras despedirse del sacerdote, fue a buscarlo en compañía de su cuñada. Lo hallaron cerca del camino; estaba tan sucio y apestaba tanto que ya acercarse a él era un sacrificio.
Cuando la esposa de Wang se postró a sus pies, el loco hizo una mueca de burla y exclamó:
_ ¿Me amas, hermosa?
La mujer expuso la razón por la que había venido.
_ Puedes conseguir muchos otros maridos _ dijo el loco sonriendo _  ¿para qué quieres resucitar a ése?
La esposa de Wang insistió en sus súplicas.
_ Qué raro _ dijo el otro _ la gente siempre me anda pidiendo que le resucite muertos. Esos locos me han de creer el rey de las regiones infernales.
Tomó su báculo y dio a la mujer una golpiza que ella soportó sin proferir queja alguna ante una multitud de espectadores que gradualmente aumentaba. El loco, a su vez, acrecentaba la fuerza de sus golpes como espoleado por las voces y las risas. A! cansarse tomó asiento en el suelo y empezó a amasar con sus escupitajos y con la inmundicia que cubría su cuerpo una bola que luego entregó a la mujer ordenándole que la tragara. Mediante un esfuerzo supremo, ella lo logró al fin. El loco entonces se incorporó entre carcajadas, y le gritó:
_ ¡Cuánto me amas! _  y se alejó sin hacerle más caso.
Lo siguieron, suplicantes, hasta un templo, pero allí el hombre desapareció y no pudieron encontrarlo.
Llena de rabia y de vergüenza, la esposa de Wang regresó a su casa y lloró largamente sobre el cadáver de su marido, deplorando lo que había hecho. Luego recordó que debía preparar el cadáver pues ninguno de los sirvientes quería acercarse a él, y se puso a cerrar la espantosa herida que había causado la muerte a Wang. Mientras esto hacía, descansando de vez en vez para llorar un rato a sus anchas, sintió en la garganta un bulto que ascendía. Pronto salió, con un chasquido, de la boca de la mujer, cayendo en la herida del muerto. Era un corazón humano. Empezó a palpitar emitiendo un vapor tibio y humoso y, muy emocionada, la esposa cerró al instante la herida. Pero no tardó en cansarse de sostener los bordes y el vapor escapaba por las ranuras; cortó entonces un trozo de seda y con él envolvió el torso de Wang. Friccionó vigorosamente el cuerpo y después lo arropó con cuidado.
En la noche, apartando las mantas, pudo ver que su esposo respiraba. Al día siguiente Wang vivía de nuevo, aunque el corazón le dolía y su mente se hallaba turbada como si no acabase aún de salir de algún mal sueño. En el sitio de la herida había una cicatriz del tamaño de una moneda, que desapareció poco después.

jueves, 8 de marzo de 2018

CANCIÓN DE CUNA

Cuenta la leyenda que Iain, el jefe de un importante clan escocés, era un joven atractivo del que las muchachas se enamoraban, pero él no acababa de encontrar su pareja ideal.
Un día, paseando por el bosque encontró una casa habitada por hadas. Entró y se enamoró de una de ellas, siendo correspondido.
Ella era una princesa y su padre se opuso rotundamente que se casara con Iain Mc Leod. El Rey temía que su hija sufriera puesto que las hadas viven eternamente y los humanos envejecen y mueren.
Sin embargo, compadecido ante la inmensa pena de su adorada hija le concedió estar con Iain durante un año y un día. Después de ese tiempo debía regresar al bosque con las demás hadas.
La princesa aceptó feliz y durante ese año quedó embarazada y tuvo un hijo.
Cumplido el tiempo establecido por su padre y antes de marcharse, el Hada le hizo prometer a su marido que nunca dejaría solo al niño ni le permitiría llorar, ya que ella no lo soportaría.
Pasado un tiempo, Iain dejó a su pequeño con una niñera mientras cenaba con sus amigos que intentaban sacarlo de la depresión en la que había caído por la desaparición de su esposa.
Sucedió que la niñera se durmió y el niño comenzó a llorar sin que nadie se acercara a consolarlo.
La princesa de las hadas escuchó el llanto de su hijo y acudió a su lado.
Lo levantó de la cuna, lo envolvió en su manto y le cantó una canción de cuna mientras volvía a acostarlo.
La niñera y el padre al escuchar la canción, dulce y aterciopelada, corrieron al cuarto del pequeño, pero no pudieron ver a la persona que cantaba.
Años más tarde el niño explicaría lo sucedido esa noche, la noche en que conoció a su madre.
Desde entonces, a todos los niños del clan Mac Leod se los duerme con esa melodía y se cree que son protegidos por las hadas.

martes, 16 de mayo de 2017

LA CIERVA DORADA

Leyenda irlandesa

Durante una cacería, Finn, rey de Irlanda, vio cruzar repentinamente a una hermosa cierva dorada. De inmediato los perros se lanzaron en su persecusión.
Luego de varias horas de carrera, llegaron a un valle, donde la cierva se detuvo y, agotada, cayó al suelo. Pero para asombro del rey, los perros no la atacaron sino que comenzaron a jugar alrededor de ella.
Finn ordenó que nadie la matara. Todos regresaron al castillo con la cierva y los perros siguiéndolos y jugando en perfecta armonía.
Esa noche, Finn se despertó sobresaltado. A su lado, una joven de increíble belleza, velaba su sueño. 
"Soy Sadv, querido Finn. Soy la cierva que perseguiste hoy. Hace tres años, por negar mi amor al druida del Pueblo de las Hadas, me hechizó condenándome a llevar esta forma. Pero uno de sus esclavos, un buen amigo, me confió que que si lograba entrar en tu fortaleza recuperaría mi forma original".
Finn, perdidamente enamorado, desposó a Sadv. Su amor era tan profundo que ya no sintió deseos de ir a la guerra, no deseó apartarse de su bella mujer.
Lamentablemente, una mañana llegó una terrible noticia: guerreros nórdicos se encontraban en la bahía de Dublin y se proponían invadir sus dominios.
Finn permaneció siete días fuera del castillo. Al regresar no encontró a la dulce Sadv. Preguntó a los sirvientes por ella sintiendo su corazón estallar por la angustia. Uno de ellos, con mucha pena y voz temblorosa le dijo: "Hace dos días creímos ver llegar a los nórdicos. Todos corrimos hacia el portal con el propósito de escondernos en el bosque. Pero en cuanto la reina Sadv lo cruzó, apareció un fantasma que la cubrió con niebla y en su lugar apareció una cierva dorada. Los perros se ensañaron con el animal obligándola a huir. Desde entonces no volvimos a ver a la reina".
Finn nunca volvió a ser el mismo. La tristeza lo invadió para no abandonarlo.
La buscó durante seis años por toda Irlanda. Finalmente, en una ocasión siguiendo el rastro de un jabalí, escuchó ladrar furiosamente a los perros, lo hacían a un pequeño desnudo de largos cabellos rubios.
El rey y sus hombres espantaron a los perros y condujeron al misterioso niño al castillo.
Cuando el pequeño se recuperó del susto, le contó a Finn que jamás conoció a sus padres, sólo a una bella cierva dorada, con quién vivía en un valle profundo y pacífico. Era feliz con la cierva que lo cuidaba con amor hasta que un día descendió sobre ella una extraña niebla haciéndola desaparecer.
Consternado por el relato, Finn comprendió que la cierva no era otra que su amada esposa y ese niño, su hijo, al que llamó Oisín, pequeño ciervo.
 

sábado, 22 de abril de 2017

ARTURO, GINEBRA Y LANCELOT...TRIÁNGULO TRÁGICO

Arturo ya era de Britania cuando decidió buscar esposa. Pidió consejo a Merlín, quien le preguntó si amaba a una mujer en concreto. Arturo respondió que amaba a Ginebra.
Merlín viajó  entonces para pedir la mano de la joven al padre, el rey de Leodegrance en nombre de Arturo.
El rey, honrado por la elección de Arturo, decidió enviarle la legendaria Tabla Redonda y cien caballeros como presente.
Merlín regresó satisfecho a Camelot portando las buenas nuevas.
Arturo envía enseguida a Lancelot, su mejor amigo y Jefe de Caballeros en busca de su prometida para conducirla hasta el castillo.
Una bella mañana de primvera ambos cortejos se encontraron. Ginebra montaba sobre un blanco corcel enjaezado en oro, llevaba un vestido verde con bordados dorados y, sin duda, era una mujer hermosa.
Bajo un manzano en flor, Lancelot le dio la bienvenida y en ese instante se enamoraron, pero mantuvieron en secreto sus sentimientos, al menos por el momento.
La boda se realizó en la Iglesia de San Esteban y a continuación festejaron con un exquisito banquete.
Ginebra se llevó bien con su marido, pero se enemistó con la hermanastra de Arturo, lady Morgana, al expulsar de la corte a su amante, sir Guiomar.
Ginebra y Lancelot no pudieron frenar su pasión. Pasado un tiempo, consumaron su amor, pero sus citas clandestinas no pasaron desapercibidas para el entorno de Arturo. Morgana vio la oportunidad de cristalizar su venganza contra Ginebra y la acusó de adulterio.
Arturo, diezmado por la traición, condenó a Ginebra a la hoguera.

Pero, durante los preparativos de la ejecución, Lancelot irrumpió en el lugar derribando a los caballeros que custodiaban a la reina, logrando rescatarla. Escaparon juntos.
Enterado el Papa de la turbulenta situación, ordenó poner paz obligando a Lancelot a llevar a Ginebra ante Arturo. El castigo fue, el convento para Ginebra y el destierro para Lancelot.
Ginebra tomó los hábitos en el convento de Amesbury, donde pasó el resto de su vida meditando.
Arturo murió enfrentándose a su hijo Mordred, quien quiso usurpar el trono de Britania.
Lancelot abandonó la vida de Caballero y decide abrazar la vida de monje ermitaño.
Años más tarde, tiene un sueño profético. Un ángel se le aparece y le dice que debe fabricar un féretro, ponerle ruedas y dirigirse con él a Amesbury donde encontrará muerta a la reina. Así lo hace, al llegar al convento recoge el cadáver de Ginebra y lo lleva a enterrar junto a Arturo en Glastonbury.


miércoles, 19 de abril de 2017

MITOS SOBRE EL ORIGEN DE LA MUERTE

En el principio de los tiempos, el hombre era inmortal. A medida que pasaban los años iban perdiendo la piel hasta hacerse jóvenes otra vez.
Pero ocurrió que en cierta ocasión una anciana no fue reconocida por su hijo cuando regresaba rejuvenecida a su casa.
Para tranquilizarlo volvió a ponerse su vieja piel. Desde ese fortuito momento los hombres se hicieron mortales.
Otro mito cuenta que en el comienzo, el Cielo estaba muy cerca de la Tierra, y el Creador solía hacer llegar sus dones a los hombres atándolos al extremo de una cuerda.
Un día les envió una piedra y ellos no quisieron aceptarla. Llamaron entonces a su Hacedor: "¿Qué haremos con esta piedra? Danos otra cosa".
Dios consintió. Poco tiempo después les envió una banana que fue aceptada con alegría.
Entonces escucharon una voz que, desde el Cielo, les decía: "Por haber elegido la banana, vuestra vida será como su vida. Cuando el banano da frutos, el vástago padre muere; así habrán de morir ustedes, y sus hijos ocuparán su lugar. Si hubieran escogido la piedra, sus vida habría sido como la vida de la piedra, inmutable e inmortal".

"Porque eso es la muerte: vivir ese instante dominado tan sólo por ese instante".  Juan Benet

viernes, 14 de abril de 2017

EL CALLEJON DEL BESO


Se cuenta que Doña Carmen era hija única de su padre intransigente y violento, pero como suele suceder, siempre triunfa el amor por infortunado que este sea. Doña Carmen era acortejada por su galán Don Luis, en un templo cercano al hogar de la doncella, primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua bendita. Al ser descubierta sobrevivieron al encierro, la amenaza de enviarla a un convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con el que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda
La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, Doña Brígida lloraron e imploraron juntas. Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que Doña Brígida llevaría una carta a Don Luis con la nefasta nueva.
Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas hubo una que le pareció la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Carmen daba hacia un angosto callejón, tan estrecho, que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente.
Si lograra entrar a la casa que se erguía frente a la de su amada podría hablar con ella, y entre los dos, encontrar una solución al problema. Preguntó quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.
Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Carmen, cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños. Unos cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, y cuando más abstraídos se encontraban los amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.
El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavó en el pecho de su hija. Don Luis enmudeció de espanto…la mano de Doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez más fría. Ante lo inevitable, Don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida.
Desde entonces el lugar es conocido como El Callejón del Beso.