Por un sendero serpenteante, a paso lento, avanzaba una joven embozada en una capa roja.
El miedo y el frío la hacían tiritar. Aunque la solidaria luna, le indicaba la dirección correcta que debía tomar; ella, perpleja y confundida, una y mil veces tomaba la ruta errada.
Frustrada, se desplomó sobre una roca. Como de costumbre, el bosque la seducía y la amedrentaba; la excitaba y la paralizaba. El viento y su música macabra, la invitó a una danza mágica que le robó el aliento.
De pronto, un ruido apenas perceptible, la alertó. Alguien se acercaba.
_ ¿Qué haces aquí sola y a estas horas?_ un hombre corpulento la sorprendió con su inesperada aparición.
_ Simplemente me extravié_ respondió desconfiada.
_ Me dirijo a mi choza, no está lejos, si lo deseas puedes pasar la noche allí. No temas, soy el guardián de estos bosques. Te acompaño y luego continúo con mi ronda de vigilancia. Pasamos por tiempos violentos, ¿sabes?.
Con una sonrisa tímida transigió ante el amable ofrecimiento.
Al llegar, el hombre le preparó un té. Ella lo aceptó agradecida.
_ Es peligroso que una jovencita hermosa transite por estos bosques sin protección tan entrada la noche. En el pueblo cuentan sobre la existencia de una criatura feroz, un lobo quizá_ le guiñó un ojo con astucia_ nadie lo sabe...Se alimenta de las entrañas de aquellos desprevenidos, que desorientados se pierden en el bosque.
La mirada amenazante del guardebosque la perforó. Un sudor frío le recorrió el cuerpo. El corazón comenzó a latirle con una fuerza singular. Sintió un agudo dolor en sus extremidades...
_ Si tienes miedo puedo quedarme.
Se acercó a ella con lascivia. Cuando intentó someterla, un ser aterrador saltó sobre él, clavando los filosos colmillos en su cuello. Murió desangrado.
En un rincón de la choza, apenas iluminada por el fuego de la chimenea, la dulce Caperucita, con apetencia golosa, se saboreaba los dedos impregnados de sangre de su desconcertado atacante.