Arturo ya era de Britania cuando decidió buscar esposa. Pidió consejo a Merlín, quien le preguntó si amaba a una mujer en concreto. Arturo respondió que amaba a Ginebra.
Merlín viajó entonces para pedir la mano de la joven al padre, el rey de Leodegrance en nombre de Arturo.
El rey, honrado por la elección de Arturo, decidió enviarle la legendaria Tabla Redonda y cien caballeros como presente.
Merlín regresó satisfecho a Camelot portando las buenas nuevas.
Arturo envía enseguida a Lancelot, su mejor amigo y Jefe de Caballeros en busca de su prometida para conducirla hasta el castillo.
Una bella mañana de primvera ambos cortejos se encontraron. Ginebra montaba sobre un blanco corcel enjaezado en oro, llevaba un vestido verde con bordados dorados y, sin duda, era una mujer hermosa.
Bajo un manzano en flor, Lancelot le dio la bienvenida y en ese instante se enamoraron, pero mantuvieron en secreto sus sentimientos, al menos por el momento.
La boda se realizó en la Iglesia de San Esteban y a continuación festejaron con un exquisito banquete.
Ginebra se llevó bien con su marido, pero se enemistó con la hermanastra de Arturo, lady Morgana, al expulsar de la corte a su amante, sir Guiomar.
Ginebra y Lancelot no pudieron frenar su pasión. Pasado un tiempo, consumaron su amor, pero sus citas clandestinas no pasaron desapercibidas para el entorno de Arturo. Morgana vio la oportunidad de cristalizar su venganza contra Ginebra y la acusó de adulterio.
Arturo, diezmado por la traición, condenó a Ginebra a la hoguera.
Pero, durante los preparativos de la ejecución, Lancelot irrumpió en el lugar derribando a los caballeros que custodiaban a la reina, logrando rescatarla. Escaparon juntos.
Enterado el Papa de la turbulenta situación, ordenó poner paz obligando a Lancelot a llevar a Ginebra ante Arturo. El castigo fue, el convento para Ginebra y el destierro para Lancelot.
Ginebra tomó los hábitos en el convento de Amesbury, donde pasó el resto de su vida meditando.
Arturo murió enfrentándose a su hijo Mordred, quien quiso usurpar el trono de Britania.
Lancelot abandonó la vida de Caballero y decide abrazar la vida de monje ermitaño.
Años más tarde, tiene un sueño profético. Un ángel se le aparece y le dice que debe fabricar un féretro, ponerle ruedas y dirigirse con él a Amesbury donde encontrará muerta a la reina. Así lo hace, al llegar al convento recoge el cadáver de Ginebra y lo lleva a enterrar junto a Arturo en Glastonbury.
sábado, 22 de abril de 2017
miércoles, 19 de abril de 2017
MITOS SOBRE EL ORIGEN DE LA MUERTE
En el principio de los tiempos, el hombre era inmortal. A medida que pasaban los años iban perdiendo la piel hasta hacerse jóvenes otra vez.
Pero ocurrió que en cierta ocasión una anciana no fue reconocida por su hijo cuando regresaba rejuvenecida a su casa.
Para tranquilizarlo volvió a ponerse su vieja piel. Desde ese fortuito momento los hombres se hicieron mortales.
Otro mito cuenta que en el comienzo, el Cielo estaba muy cerca de la Tierra, y el Creador solía hacer llegar sus dones a los hombres atándolos al extremo de una cuerda.
Un día les envió una piedra y ellos no quisieron aceptarla. Llamaron entonces a su Hacedor: "¿Qué haremos con esta piedra? Danos otra cosa".
Dios consintió. Poco tiempo después les envió una banana que fue aceptada con alegría.
Entonces escucharon una voz que, desde el Cielo, les decía: "Por haber elegido la banana, vuestra vida será como su vida. Cuando el banano da frutos, el vástago padre muere; así habrán de morir ustedes, y sus hijos ocuparán su lugar. Si hubieran escogido la piedra, sus vida habría sido como la vida de la piedra, inmutable e inmortal".
"Porque eso es la muerte: vivir ese instante dominado tan sólo por ese instante". Juan Benet
Pero ocurrió que en cierta ocasión una anciana no fue reconocida por su hijo cuando regresaba rejuvenecida a su casa.
Para tranquilizarlo volvió a ponerse su vieja piel. Desde ese fortuito momento los hombres se hicieron mortales.
Otro mito cuenta que en el comienzo, el Cielo estaba muy cerca de la Tierra, y el Creador solía hacer llegar sus dones a los hombres atándolos al extremo de una cuerda.
Un día les envió una piedra y ellos no quisieron aceptarla. Llamaron entonces a su Hacedor: "¿Qué haremos con esta piedra? Danos otra cosa".
Dios consintió. Poco tiempo después les envió una banana que fue aceptada con alegría.
Entonces escucharon una voz que, desde el Cielo, les decía: "Por haber elegido la banana, vuestra vida será como su vida. Cuando el banano da frutos, el vástago padre muere; así habrán de morir ustedes, y sus hijos ocuparán su lugar. Si hubieran escogido la piedra, sus vida habría sido como la vida de la piedra, inmutable e inmortal".
"Porque eso es la muerte: vivir ese instante dominado tan sólo por ese instante". Juan Benet
viernes, 14 de abril de 2017
EL CALLEJON DEL BESO
La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, Doña Brígida lloraron e imploraron juntas. Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que Doña Brígida llevaría una carta a Don Luis con la nefasta nueva.
Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas hubo una que le pareció la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Carmen daba hacia un angosto callejón, tan estrecho, que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente.
Si lograra entrar a la casa que se erguía frente a la de su amada podría hablar con ella, y entre los dos, encontrar una solución al problema. Preguntó quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.
Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Carmen, cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños. Unos cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, y cuando más abstraídos se encontraban los amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.
El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavó en el pecho de su hija. Don Luis enmudeció de espanto…la mano de Doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez más fría. Ante lo inevitable, Don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida.
Desde entonces el lugar es conocido como El Callejón del Beso.
jueves, 6 de abril de 2017
LA PRINCESA GIOMAR Y EL UNICORNIO
Gobernaba
en Navarra el rey Sancho el Magnánimo que, tras muchos años de pelear
contra los moros que amenazaban las fronteras del Reino, había
conseguido llevar la paz a sus tierras. Sancho, casado con Doña Aldonza,
tenía dos hijas, Violante y Giomar. Las dos eran hermosas, virtuosas y
discretas. La primera era morena y la segunda rubia. Todos los que las
conocían las querían y las respetaban y ellas iluminaban la vejez de sus
padres. Una tarde, llegó al castillo un caballero que se dirigía a
tierras lejanas. Nada más verse, el caballero y Giomar se enamoraron
perdidamente el uno del otro. Al día siguiente, el joven prosiguió su
camino y nunca más volvió, pues murió en la guerra. Giomar
entristecía cada vez que pensaba en él, aunque nada dejaba traslucir
para no preocupar a los suyos, que la creían totalmente feliz. Pasaron
los años y Doña Aldonza murió.
El
luto se apoderó del castillo y sobre todo, se introdujo en el corazón
del rey Sancho de tal forma que parecía agonizar de dolor. Ni la
atención de sus hijas, ni los cuidados de sus hombres servían para nada.
Aquel hombre fuerte y corpulento se iba debilitando día a día; sólo
esperaba la muerte para ir a reunirse con su querida esposa. Muchos
médicos y curanderos visitaron el rey pero ninguno conocía el remedio
para curar su enfermedad. Un día llegó al palacio un ermitaño que pidió
ver al enfermo. Después de observarlo con atención dijo: -Don Sancho
sanará. Sólo necesita beber un brebaje que yo prepararé. La esperanza
asomó a los rostros de todos los presentes; el ermitaño continuó: -Ahora
bien, para que la medicina sea eficaz, deberá de tomar el brebaje en un
vaso hecho con cuerno de Unicornio. Todos se miraron consternados. ¡No
había ningún vaso de cuerno de Unicornio en el lugar! Las princesas
estaban desilusionadas y apenadas.
El
ermitaño, al ver el desconcierto que sus palabras habían causado,
volvió a hablar. -¡No está del todo perdido! En el bosque de Betelu vive
un Unicornio, tiene forma de caballo y un cuerno en la frente. Es un
animal peligroso y de difícil captura, sólo se rinde ante las personas
que tienen un alma pura y que no haya tenido penas de amor... Todos los
ojos miraron a Violante y a Giomar. La hermana mayor se ofreció
prontamente. ¡Ella iría en busca del animal!Y, en efecto, Violante se
internó en el bosque de Betelu. Iba decidida y con paso firme. A los
pocos minutos oyó, a lo lejos, el relinche del Unicornio y fue tal el
miedo que se apoderó de ella que salió corriendo y no paró de correr y
de llorar hasta llegar al castillo. Don Sancho, seguía empeorando.
Giomar tomó la decisión de ir en busca del animal. Eligió los mejores
ballesteros del castillo y fue al bosque.
Todavía
sufría penas de amor por aquel caballero que un día conoció y sabía que
corría un grave peligro, por eso dio orden a los ballesteros:
-Manteneos atentos. Cuando veáis que el Unicornio me ataca disparad las
saetas. Giomar se adelantó y esperó al animal. Este no se hizo esperar.
Al ver a la joven se acercó, y cuando ella tendió la mano para
acariciarlo, le acometió furiosamente atravesándole el cuerpo con el
cuerno. Los ballesteros dispararon pero ya era tarde, Giomar había
muerto. Los soldados llevaron al castillo el cuerpo de la muchacha y el
cuerno del Unicornio. El rey Sancho el Magnánimo sanó, pero no vivió
mucho pues la muerte de su hija le partió el corazón y ya no hubo
medicinas para curarlo.
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